domingo, 8 de julio de 2007

Ideología del deseo

Autor: Padre José Ignacio Munilla Aguirre

Si queremos entender muchas de las cosas que están ocurriendo en España, es necesario hacer una lectura de la realidad que trascienda el nivel político. El Gobierno del Estado, en tan solo dos años, ha puesto en marcha una amplia batería de iniciativas que se sustentan en una ética antropológica contraria a la naturaleza humana: Matrimonio homosexual, adopciones de niños por homosexuales, cambio legal del registro de “padre” y “madre” por el de “progenitor A” y “progenitor B”, calificación del matrimonio como “convencionalismo cultural que tiene los días contados frente a otras formas de convivencia” (declaraciones de Rodriguez Zapatero a un medio de comunicación italiano), protección mínima de las familias numerosas en medio de la crisis de natalidad, operaciones de cambio de sexo a cargo de la Seguridad Social , Ley de Reproducción Asistida con la posibilidad de clonación, concepción in Vitro del llamado niño medicamento, experimentación con embriones, posibilidad de cruce de gametos humanos y animales… Todo este tipo de iniciativas tienen un común denominador: una ideología del deseo, que ignora la objetividad de la naturaleza humana, pretendiendo moldearla, cual si de chicle o plastilina se tratase.

La Ley de Reproducción Asistida está basada en el principio de que cualquier mujer, aunque no tenga pareja, tiene derecho a ser madre a la carta. Un hijo es un objeto de deseo. Los derechos del concebido no se contemplan. Para justificar el sacrificio de los embriones humanos, se invoca el mal llamado fin terapéutico. En realidad, la medicina ha dimitido de su fin terapéutico, cuando en vez de centrarse en la sanación de las causas de la infertilidad, produce la vida humana por encargo en un laboratorio. ¡Qué gran paradoja que mientras miles de personas recurran a la “fabricación artificial” de la vida, el año pasado 85.000 niños fuesen sacrificados en el seno de sus madres, simplemente por el hecho de que no eran deseados!

La cultura imperante, parece mostrar una gran atención hacia los discapacitados, los ancianos, los niños… ¡Mera hipocresía! Por poner un ejemplo, el Presidente de Gobierno Español anunciaba nada menos que toda una reforma constitucional para cambiar de nuestra Carta Magna la palabra “minusválidos” por “discapacitados”, dado que la primera (minusválidos) podría ser considerada humillante. Sin embargo, todos sabemos que el hecho de que se prevea la más mínima minusvalía o discapacidad –nos es igual el término- en un embarazo, es motivo suficiente para que el Estado ampare la eliminación de esa vida. ¿Pretendemos compensar acaso con una delicadeza de lenguaje la falta de tutela del derecho a la vida?

Es cierto que si el niño concebido es “deseado”, será el centro del hogar; pero, sin embargo, si el niño no es fruto del deseo, o si no resulta ser conforme con los planes personales, “se le devolverá”, de forma similar a como se permite hacer en los grandes almacenes con los objetos defectuosos o los que no son del agrado del comprador. No nos engañemos, nuestra cultura no está centrada en los niños o en la solidaridad hacia los minusválidos. El centro de nuestra cultura es el endiosamiento de la propia voluntad. Más exactamente, habríamos de decir, del “deseo” (que no es lo mismo que la voluntad, a decir verdad).

Otro ejemplo aplastante lo tenemos en la Ley de Identidad Sexual, en la que se contempla que cualquier persona pueda cambiar en España su nombre y registro de sexo, simplemente aportando un informe médico donde se acredite que lleva viviendo al menos dos años “en el sexo que siente”. El proyecto que se nos anuncia, por el que la sanidad pública llegaría a cubrir las operaciones de cambio de sexo, es suficientemente ilustrativo: ¡el hecho de que ser varón o hembra nos venga impuesto por la naturaleza, se percibe como un recorte de la libertad! A partir de ahora seremos nosotros mismos los que “fabriquemos la realidad”, cuando ésta no responda a nuestro deseo.

Y, por último, el cenit de la ideología del deseo, es la reivindicación de la mal llamada eutanasia, que tal y como se nos planteó crudamente en la película de Ramón San Pedro, no es otra cosa que un suicidio asistido. ¡La vida es un derecho, pero no una obligación! Otra vez lo mismo: la vida no es un proyecto ante el que tenemos que responder, sino la realización de un deseo del que podemos dimitir.

Paradójicamente, lo único que no es capaz de conseguir la ideología del deseo es la meta de la felicidad. ¡Eso no lo conseguirán, ni con todas las leyes que pudieran seguir ideando! Quienes profesan la ideología del deseo, pretenden ser felices fabricando la realidad a su medida. Por el contrario, y aquí está la paradoja, solo alcanzan la felicidad aquellos que aceptan la realidad y se adecuan a ella. “La Verdad es la que nos hace libres” (Jn 8, 32), no nuestro capricho.





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